“El mayor de ellos es el amor”
(1Co_13:13).
El amor es el poder conquistador en un mundo de odio, contiendas y egoísmo. Puede hacer lo que ninguna otra virtud puede lograr; en ese sentido es la reina de las gracias. El amor devuelve los improperios con bondades y ora pidiendo misericordia por sus verdugos. Actúa desinteresadamente cuando todos los de su alrededor vociferan por sus derechos. Da hasta que no puede dar más.

En una de las fábulas de Esopo, había una contienda entre el sol y el viento acerca de quién podría hacer que un hombre se quitara el abrigo. El viento sopló furiosamente, pero cuanto más soplaba, el hombre más se apretaba el abrigo. Entonces el sol echó sus rayos sobre aquel hombre, y éste se quitó el abrigo. Lo hizo cambiar de parecer por medio del calor. El amor es así.
Sir Walter Scott arrojó una vez una piedra a un perro callejero, con tal fuerza y precisión que le rompió una pata. Mientras Scott miraba con remordimiento, el perro cojeó hasta él y lamió la mano que había arrojado la piedra. El amor es así.

E. Stanley Jones escribió: “Al volver la otra mejilla desarmas a tu enemigo. Te golpea en la mejilla y tú, con tu audacia moral, al volverle la otra mejilla, le golpeas en el corazón. La enemistad se disuelve y tu enemigo deja de ser. Te deshaces de tu enemigo al deshacerte de su enemistad... El mundo está a los pies del Hombre que tenía poder para devolver el golpe, pero que tuvo poder para no devolverlo. Eso es poder, el máximo poder”.
Algunas veces puede parecer que se consigue más hablando con palabras ásperas, devolviendo ojo por ojo y defendiendo los propios derechos. Estos métodos tienen cierta cantidad de poder. Pero el balance del poder está del lado del amor porque, en lugar de profundizar la hostilidad, el amor transforma a los enemigos en amigos.
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