
La mayoría de los filósofos se expresan en un lenguaje complicado y grandilocuente. Sus palabras, incomprensibles para una persona normal; apelan a aquellos que les gusta emplear su poder intelectual para revestir las especulaciones humanas con palabras difíciles de entender.
Francamente, las filosofías humanas no sirven de mucho. Phillips se refiere a ellas como “intelectualismo y locuras grandilocuentes”. Están basadas en las ideas que tienen los hombres acerca de la naturaleza de las cosas, y ellos no hacen caso de Cristo. Se cita al famoso filósofo Bertrand Russell, que decía al final de su vida: “La filosofía ha demostrado ser un fracaso para mí”.
Al cristiano sabio no se le puede engañar con las locuras grandilocuentes del seudo intelectualismo de este mundo. Se niega a inclinarse ante al altar de la sabiduría humana. Por el contrario, sabe bien que todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento se encuentran en Cristo. Así que, pone a prueba todas las filosofías humanas por medio de la Palabra de Dios y como resultado, las rechaza porque ve que se oponen a las Escrituras.
No cambia de parecer cuando los filósofos salen en primera plana con algún nuevo ataque contra la fe cristiana. Es suficientemente maduro para juzgar y percatarse de que no puede esperar nada mejor de ellos.
No se siente inferior por no poder conversar con los filósofos utilizando palabras de muchas sílabas o seguirles en sus razonamientos complicados. Se siente desconfiado ante la incapacidad de ellos para dar a conocer su mensaje con sencillez y se regocija de que el evangelio puede entenderlo el hombre común, por ignorante que éste sea.
Detecta en los filósofos la trampa de la serpiente: “...seréis como dioses” (Gen_3:5). El hombre es tentado a exaltar su mente y sus poderes intelectuales por encima de la mente de Dios. Pero el cristiano sabio rechaza la mentira del diablo. Derriba argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios (2Co_10:5).
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